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18:55

Anécdotas (II): Comentarios de adolescente

Hace varios años, seguramente en torno a diez, era un adolescente que devoraba libros y que aplicaba el criterio personal, casi el único que tenía, para todo. Y era algo normal, lo más natural que existe: me gusta o no me gusta, sin importar nada más. No hay nada de malo en ello porque cada uno tiene sus gustos, pero lo cierto es que crecer también supone adquirir experiencia en todos los sentidos y más allá de mis estudios humanísticos, lo cierto es que creo que cualquier lector debe ir superando al adolescente que fue. Sin que por ello tenga que derrumbar a los adolescentes que ahora son.

Cuando empecé a navegar por internet, encontré el refugio perfecto para comentar sobre aquello que me gustaba, tan solo buscando a personas parecidas a mí, personas que apenas encontraba a mi alrededor físico. Aunque claro, también encontré a quienes aún habiendo leído libros que me gustaban, los consideraban malos o, en su defecto, mostraban sus aspectos negativos, sin necesidad justamente de destruir o vilipendiar el libro concreto. En uno de esos espacios cibernéticos recalé de casualidad y quizás en el usual arrebato adolescente, comenté tratando de defender a mi preciada lectura de lo que consideraba una crítica ignorante. En verdad, estaba tratando de defender mi orgullo. Estaba tratando de mostrarle a esa persona, a la que no conocía y cuyo criterio tampoco entendía entonces, que esa obra había significado mucho para mí, que era importante, que lejos de todos esos tecnicismos y argumentos, había cuestiones que no había tenido en cuenta. Es evidente que no las había tenido en cuenta, no era un adolescente ya, no era una de sus primeras lecturas voraces, no era, en definitiva, yo. El yo que fui.


Hoy quizás me da cierto sonrojo recordar aquel detalle, aunque recuerdo que se trató de un diálogo educado, dado que me respondió al comentario, y que no hubo exabruptos por ninguna parte. Es cierto que era un adolescente, pero creo que siempre he sido una persona sosegada, sobre todo teniendo el tiempo necesario para reflexionar, algo que las redes suelen permitir. Me respondió comentando que ahora no lo entendía, que quizás era un libro que a mí me había gustado mucho, pero que en un futuro comprendería esos defectos y, sobre todo, que aquella era su opinión. Al menos, ese es el recuerdo que mantengo de aquella situación, dado que no conservo ni aquella página, ni aquella reseña, ni su respuesta, ni siquiera mi nickname de entonces. Pero sí conservo la sensación de que tenía razón. De que ahora lo entiendo, de que sí, aquel libro me gustó, marcó parte del lector que soy hoy, pero también sé que tiene defectos, a pesar de los cuales le guardo cariño y aún me duele, inevitablemente, verlo criticado por otros, pero ya no comento para negar lo evidente. Me considero una persona que no reniega de aquel lector que fue, pero que al menos reconoce que no todo lo que me gustó o me sigue gustando, es bueno por el mero hecho de que a mí me gustase.

Por entonces, creo que no quise responder, no supe muy bien qué decirle y el tiempo pasó, el enlace se perdería entre tantas cosas, el detalle perdió su valor y hoy un hecho casual me trajo este recuerdo. No conozco a esa persona, nunca sabré quién fue, tampoco me interesa descubrirlo, no tiene importancia en sus detalles concretos. Lo relevante se encuentra en que no he podido olvidarlo, en que me trató bien, aunque tuviéramos opiniones distintas, en que hoy creo que adopto más su postura que la que entonces tuve, y que me satisface reconocer que sí, que he cambiado. Que ya no soy aquel adolescente. Pero que sin aquel adolescente, nunca hubiera sido quien soy hoy.


20:32

¿Hacia dónde voy? Historia de quien escribe y oposiciones

Comienza un nuevo blog y en esta ocasión lo hace de una forma muy personal. Seguramente la más directa y personal que he realizado hasta ahora. Por ello, seguramente lo mejor sea que comience por explicarme a mí mismo a vosotros, posibles lectores, quién soy y hacia dónde me dirijo.

En mi relación con las redes he tenido varios sobrenombres, pero desde mi etapa como universitario he preferido finalmente mi nombre: Luis J. del Castillo. Así podéis reconocerme por la red y desde ese nombre os escribo. Habito actualmente en Granada capital, aunque soy de la costa de esta provincia, concretamente de Almuñécar. Lector desde muy joven y, desde hace unos años, cinéfilo. De carácter serio y profesional, pero de trato amable, soy una persona que siempre ha tenido claro ciertos objetivos vitales. El principal tiene relación con el trabajo: cuando cursaba 3º de ESO, a eso de los 14-15 años, y la mayoría de chavales aún no saben qué hacer con sus vidas, pero llega el momento de escoger asignaturas para 4º, yo ya tenía claro una cosa que he mantenido hasta hoy: quería ser profesor, pero, sobre todo, profesor de Lengua Castellana y Literatura.


Esperad, sí, lo sé, vale, habrá quien diga: bueno, claro, esto puede ser porque es lo que conoces mejor a esa edad, también por las vacaciones o por trabajar para el Estado, algo seguro, o incluso habrá quién piense que menudo berenjenal en el que meterse, un trabajo en riesgo continuo. Aún más, habrá quién diga algo así como que me debería preparar para que me odien. Ojalá no sea así. No lo puedo saber, lo que sí conozco son cuáles son mis motivaciones.

La principal de todo es que a esa edad me apasionaba leer y lo sigue haciendo. Quizás es cierto que he reducido la cantidad, pero también cuento con menos tiempo libre, ¡estoy tratando de solventarlo! Pero eso no es suficiente, ¿verdad? No, la otra realidad es que me encanta enseñar, encontrar la forma de que alguien comprenda una nueva realidad desconocida o, mejor, lograr que una cuestión compleja y alejada de su vida cotidiana cobre algún interés para esa persona. 

Lo malo de emprender ese camino en 3º de ESO es que tardas mucho en comprobar si de verdad es lo que te gusta realizar. Sí, realicé algunos pinitos enseñando particularmente filosofía a una compañera que tenía que recuperar en septiembre y también he dado catequesis a niños más pequeños, pero adentrarme en el sistema escolar, en un instituto, como profesor, tardaría en hacerlo. En verdad, ha sido justamente este año gracias al Máster que sustituye al antiguo Curso de Adaptación Pedagógica.

Porque sí, en efecto, hice mis años de Bachillerato en Humanidades, me gradué en Filología Hispánica y realicé el Máster que me permitiría ejercer como profesor. Y tuve mis prácticas de 100 horas (y alguna más), y desde el primer día que regresé a un instituto, después de 4 años y medio, supe que sí, que allí quería estar, que quería descubrir nuevos modos de enseñar aquello que tanto me gusta. Que quería interesarme por aquellos alumnos, conocerlos, motivarlos hacia un futuro, realizar tareas juntos... Implicarme y enseñar. Creo que lo llaman vocación.


Ahora bien, la experiencia fue como saborear la miel que no has de volver a probar... hasta que no tengas espacio dentro del sistema gracias a aprobar unas oposiciones. Así que tras un verano para descansar y meditar sobre el futuro, con el Máster aprobado y mi TFM de investigación bajo el brazo, me voy a encaminar en el duro mundo de la oposición para profesor. 72 temas, comentario de texto, programación didáctica y defensa pública, muchos competidores, puntos de mérito, y, en fin, las mismas ganas e ilusión por conseguirlo que desilusión al pensar en qué fútil ha sido el camino.

No cambiaría estos cinco años por nada: los compañeros, la vida universitaria, las asignaturas, etc. Quizás tan solo cambios que me parecen lógicos y sobre los que ya opinaré en este mismo blog más adelante. Ahora toca opinar sobre el sistema para escoger profesores. Un examen, un examen para demostrar que sí, que eres buen... estudiante. Y mucha posibilidad de una vida inestable, la del interino sin plaza fija que puede vagar por una comunidad de la magnitud de Andalucía. 

No, las oposiciones no me parecen ni justas para quien recién llega ni realmente fiables. Ninguna de las pruebas me da la sensación de que evalúe las características que un profesor debiera tener, tan solo el conocimiento y la burocracia. Porque sí, debes realizar una programación, pero igual que sucede con tantas cosas, es algo que parece que después no te exigen con tanta necesidad, sobre todo cuando le das la bienvenida a los libros de texto (harina de otro costal, sobre lo que también tendré oportunidad de hablar en otra ocasión). No importa (o importa poco) lo realizado en tu carrera, o aún más, que tengas una calificación x o y. Y también da igual que vengas de nuevas o que lleves x años de experiencia... porque compites en igualdad de condiciones con quien, por años trabajando, lleva ya un buen colchón de puntos de interino como para obtener plaza (algo justo para ellos, que se lo merecen, pero injusto para el resto).

Es fácil comprobar con estas palabras que estoy en desacuerdo con el sistema de las oposiciones, de la misma forma que valoro otras opciones que no solo servirían para medir a nuevos profesores, sino que aumentarían la cantidad de personas encargadas de la educación de los jóvenes a la par que serviría para que un evaluador con experiencia observara las cualidades positivas (o negativas) del futuro profesor. Un sistema donde se integre a la gente a través de unas prácticas, ¡ojo!, bien medidas en el tiempo, bien manejadas, remuneradas, pero sin convertirse en un minitrabajo que durase demasiado.

Fotografía de Mariela B. Ortega
Para un graduado con Máster, bien podría bastar dos cursos en diferentes centros para demostrar su valía como profesional a ojos de un tutor, del resto del departamento en el que participe o de un inspector. Con posibilidad de un tercer curso en caso de suspender la evaluación de estos profesionales. Y, por supuesto, el llamado "funcionario en prácticas" que todo profesional del Estado desempeña en su primer año de trabajo, con posibilidad de encontrar plaza a la que atenerse. Porque así se podrían realizar proyectos a largo plazo que una interinidad no permite nunca. Aunque también conlleva una inversión en educación que quizás no se está dispuesto a realizar.

Pero bueno, esto iba a ser una presentación y se ha convertido en una especie de lamento. Creo que serán textos así los que podáis encontrar por aquí. Mi opinión sobre distintos temas de muy diversa índole, algunas cuestiones más triviales o alguna reflexión personal que me gustaría compartir con vosotros.

Habrá cosas que no encontréis aquí: no habrá reseñas, ni críticas, ni nada similar, de libros, películas, música, etc., porque eso lo realizo en Baúl del Castillo, tampoco creo que, de momento, haya aquí textos literarios realizados por mí, cuestión para la que dedico de forma esporádica La Frontera Olvidada. Pero esto último quizás pueda variar. Todo lo demás, aquí, en Los tragaluces, distintas ventanas desde donde observar la realidad que se filtra hacia el suelo. Nombre que tomo prestado de la obra teatral de Antonio Buero Vallejo, El tragaluz (1967), de mis dramaturgos favoritos.

Espero compartir con vosotros opinión, debate y, sobre todo, diálogo.

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